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Mi viaje en bicicleta por Islandia – Quinta semana en ruta

por | Jul 11, 2023 | Islandia, Nuestros viajes | 0 Comentarios

Ruta por: Volcán Leirhnjúkur, Víti, Hveravellir, Húsavík, Akureyri hasta Reykjavik

11 de julio

¿Os dicen algo esas nubes? 

¿Qué se avecina tormenta, tal vez? 

Para mí esa fue la señal de que tenía que irme, que las 3 horas que había pasado visitando el volcán Leirhnjukur eran suficientes, al menos si no quería llegar empapado al camping. 

Así que dejé atrás cráteres, fumarolas, coladas negras con betas rojas, amarillas o verdes… era adictivo, era observar las entrañas de la tierra solidificadas frente a ti, con formas y colores caprichosos. 

Bueno, «tan solo» eran los restos de una erupción relativamente reciente. Como el lago dentro del cráter del Viti, de agua azul lechosa. Precioso. Me dieron muchas ganas de volver a La Palma, a ver la reciente colada de Cumbre Vieja. Los Volcanes tienen algo onírico, mágico que me cautiva. 

Pedaleé con fuerza los 17 kilómetros de regreso hasta el camping y llegué justo cuando empezó a llover. Justo cuando una familia del camping salía a pedalear. Los islandeses están hechos de otra pasta. 

Celebré estar seco haciendo una tortilla de patatas, con una siesta y cuando amainó la tormenta a la 19h y salió el sol, decidí continuar la ruta. 

He aprendido que hay que aprovechar cuando hace sol y no hay viento, aunque tus planes fueran otros, como quedarte a dormir allí. En bici y en Islandia, lo mejor es adaptar el plan al clima, hora a hora. «Be water, my friend». 

Así que partí rumbo a Husavik, al norte, pedaleando por ondulantes extensiones de nada. Bueno, de piroclastos cubiertos de un manto vegetal de musgo y flores. 

Al descender hacia la bahía entró la niebla, y empezaron a aparecer pueblos, con granjas ganaderas y vallados para las ovejas. 

Y la lluvia de nuevo. Así que decidí acampar en una población donde paré para ver un pequeño geysir llamado Ystihver en el pueblo de Hveravellir (que resulta que me entero ahora que es el Geysir más septentrional del mundo). 

En las afueras, entre fumarolas y el ocasional olor a azufre, puse fin a otro día estupendo. 

Aunque ya sabéis lo que pasa tras 2 días buenos… ¿no? Veremos mañana…

12 de julio

Ayer fui a cazar ballenas. 

¡Pero con la cámara de fotos, malpensados! 

Desde que lo hice en Madagascar, ver a estos bicharracos de cerca, es algo que quería volverá intentar, y en Husavik lo tenía «chupao». 

Está población es famosa porque a su bonita y amplia bahía acuden hasta 11 tipos de estos cetáceos, unos de los mamíferos más grandes del planeta. 

Y gracias a IslandTours.Es pude hacerlo, durante 3 horas, subido a un precioso barco de madera al que solo le faltó desplegar el velamen para que fuera una experiencia románticamente única.

Yo partí con la idea de disfrutar del mar, de la navegación, de la costa. 

Pero es que además tuvimos mucha suerte: un día tranquilo, sin viento, mar en calma… así que pudimos disfrutar de 5 o 6 ballenas, mientras se alimentaban tranquilamente durante muchísimo rato. 

Saltar como en las fotos que ves en el catálogo, pues no lo hicieron, pero ¡qué más da, que bonito fue verlas de cerca!

También vimos delfines, que vinieron a nadar junto a ellas, y muchas aves (entre ellas, los frailecillos). 

Al acabar estaba muy feliz. Sentía que en cierta manera esta preciosa actividad ponía la guinda, el cierre, a mi viaje en bicicleta por Islandia. 

Y es que Husavik era la última ciudad a la que llegaría pedaleando.

No, en los siguientes días no iba a pedalear más. 

Y, la verdad, eso me hacía muy feliz. Estaba cansado. 

Tocaba celebrarlo, costase lo que costase. 

Así, dormí en hotel (100€ por una habitación individual sin baño), cené en restaurante («sólo» 40€) y disfruté paseando por esta bonita población. Pequeños lujos que disfrutas a tope cuando vives y viajas de manera austera. 

Quién me iba a decir a mí que en mi viaje Husavik iba a ser esa bonita ciudad en la que iba a decir «Ole, Pablo, enhorabuena, llegaste hasta aquí». 

La Ítaca de mi largo viaje, largo y lleno de aventuras.

17 de julio

¿A qué hora me echáis? Pregunté en el hotel. 

Apuré hasta las 11 en punto, la hora del check out, retozando en la cama, leyendo, escuchando música y desayunando TODO lo que me habían traído a la habitación (sí, sí, desayuno en mi cuarto, me lo había ganado), con pereza por salir al exterior: estaba diluviando.

Llovía a mares y el autobús (que resultó ser una furgoneta) hasta Akureyri (hora y media de traslado) no salía hasta las 12. 

Estaba bajo cubierto, contento por no tener que salir a pedalear en ese clima. Era como si estuviera de vacaciones. Y en parte lo era: vacaciones de la bici. 

De hecho, sentía que el viaje en bici había acabado, aunque aún fuera a hacer unos kilómetros más el último día hasta el aeropuerto. 

Así fue que en una cómoda furgoneta conducida por un búlgaro, me fui sin pensar en el viento ni en la lluvia y sin esfuerzo de la bonita Husavik a la bulliciosa Akureyri. 

Tiendas, restaurantes, gente, supermercados, edificios de 3 o 4 plantas… Tras semanas de estar en «el campo» o en pueblecitos, llegar a la segunda ciudad del país me causó cierta impresión. 

Tras llegar al bonito camping e instalarme, pasé la tarde paseando, viendo las bonitas casas antiguas (de las modernas no tengo fotos, sorry), comprando la cena y comida para el bus de mañana a Reikiavik y tomando a última hora una cerveza con mis colegas italianos, Bartolomeo y Simona. Volvíamos a encontrarnos. Todo a cámara lenta, sin prisa, de vacaciones totales. 

Regresé en el bus gratuito al camping (todos en la ciudad lo son), a eso de las 22:00 horas, pensando en lo duro que debe ser vivir aquí en invierno, con apenas 3 o 4 horas de sol, con nieve y frío… No me extraña que tantos islandeses vengan a las Canarias, Alicante o Barcelona en vuelos directos que se llenan a la ida en busca del sol y del calor, y buenos precios. 

Y con mi antifaz, dormí contento y calentito enroscado en mi saco de dormir de invierno, feliz de que sea julio , lo que en el hemisferio norte llamamos verano.

19 de julio

Llegar a Reikiavik, la capital de Islandia, era cerrar el círculo en sentido figurado y geográfico, y sobre todo, significaba poner fin al viaje. Aunque aún me queda pedalear mañana hasta el aeropuerto, a 50 kilómetros de la ciudad, que a ver qué tal…

Mi viaje había empezado allí, justo tras aterrizar, yendo hacia el este, y hasta ahora no había pisado las calles de la octava capital más pequeña de Europa.

Había tardado 28 días en llegar, aunque no había dado toda la vuelta a pedales.

De hecho, esa fue mi idea desde el principio : ir avanzando en sentido contrario a las agujas del reloj, sin objetivos definidos, sin etapas en mente, sin un destino final.

Y fue un acierto total. Porque así, llegues donde llegues, te parecerá bien. No te quedarás con las ganas de llegar a ese sitio X, porque simplemente no era el objetivo.

Llegar hasta Husavik fue una felicidad. Si hubiera llegado hasta Akureyri, pues también. O si hubiera conseguido llegar pedaleando a Reikiavik, lo mismo.

Pero a esta ciudad llegué en bus y me pareció estupendo igualmente. Bueno, a mi cartera no tanto porque costó 70 euros hacer algo menos de 400 kilómetros.

El paisaje fue aburrido al principio, pero a medida que nos acercamos a los glaciares y montañas del sur, a la vez que a la parte más poblada de la isla, fue ganando en volumen, colores e intensidad.

Las 7 horas de trayecto pasaron volando. Nuevamente estaban mis colegas italianos, que se bajaron antes que yo para visitar otra parte del país, y una ciclista americana, que había venido a Islandia a estrenarse en esto de los viajes con alforjas. Toma ya, divina juventud…

Nos bajamos en una autopista, cerca del camping donde pasaríamos la noche. Y tan pronto estuve instalado y duchado, me fui al centro, a conocer esta capital que parece un pueblo grande. Pero eso ya os lo cuento mañana.

Ahora me voy a cenar una típica sopa de cigalas, una brocheta de pescado y pedalear de vuelta a dormir que ha sido un día largo.

Y a ti ¿te gusta viajar con objetivos o los vas fijando día a día?

20 de julio

Se acabó. Y no, no me dio pena. 

No siempre me ha pasado, pero estoy contento de volver. Estoy contento de que mi viaje en bici por Islandia se acabe.

De hecho, desde hace tres días estoy feliz de regresar, muy a gusto recorriendo a pie y en bus Husavik, Akureyri y Reykjavik. Aún así, me iba a despedir de Islandia pedaleando hasta el aeropuerto.

Aproveché la mañana para visitar la ciudad. Hay que joderse, hacía sol, sin viento. Como si Islandia no quisiera que me fuera con mal sabor de boca. 

Caminé por su tranquilo y silencioso centro, por el «malecón», entrando en el modernísimo Harpa, en una ferretería para comprar cinta de embalaje, viendo jerseys de lana, comprando salmón y trucha ahumadas de recuerdo fungible y, también, comiendo un bacalao rebozado a modo de despedida. 

Por la tarde arranqué con calma, tras dejar el gas y la comida de sobra en el camping, pedaleando 20 kilómetros por un carril bici entre bonitos barrios residenciales (de casas sin vallas, de parques junto al mar). 

Tras el carril bici enlacé con la autovía al aeropuerto, con un enorme arcén, atravesando coladas de lava antiguas ya recubiertas de musgo, siendo atacado por charranes árticos en varios momentos. 

Fueron 30 kilómetros hasta el hostal en el que había empezado el viaje. Y 7 más hasta el aeropuerto, cargado con una caja de cartón doblada en tres, que atada de manera precaria a las alforjas, sobresalía 1 metro de la bici.

Llegué al aeropuerto cansado pero satisfecho de haber llegado al mismo punto donde arrancó todo, de la misma forma que empezó : dando pedales. 

Parecía que hacía mil años de aquello. O dos mil. Habían pasado tantas, tantas, tantas cosas, había vivido tan intensamente cada uno de los días, que de verdad, pensé que aquel viaje, con sus más y sus menos, había sido la inversión en vida que necesitaba. 

Me sentí afortunado, nuevamente, por poder viajar y vivirlo de esta manera. Por sentirme tan vivo y por poder conocer en primera persona la belleza y diversidad de nuestro planeta.

A todos los que os sentís igual tras cada viaje, os dedico este texto.

¡Buen viaje y largas aventuras!

Pablo Strubell

Editor de La editorial viajera, escritor y guía de viajes. Cuenta con dos grandes viajes a sus espaldas: Ruta de la Seda (8 meses, en 2005) y África de cabo a rabo (12 meses, en 2010-11). En sus pocos ratos libres escribe para este blog así como para Leer y viajar. Por si fuera poco, organiza las Jornadas de los grandes viajes. Y entre una cosa y otra, intenta viajar.

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