Ruta por: Breidalsvik, Reydarfiordur, Egilsstadir, Dettifoss, Krafla, Hverir hasta Myvatn
6 de julio
Sufrir porque el tiempo va contra ti, es una cosa.
Sufrir porque tú solito lo buscas, es otra bien distinta.
Y eso es lo que me dio por hacer ayer, cuando decidí tomar un atajo por la pista F936 para evitar un largo rodeo hasta el lugar donde haría noche.
Sabía que iba a ser bien cañera, que iba a pasármela empujando para subir, que iba a sufrirla, pero decidí tirar por ahí.
El caso es que llegaba fresco. Había dormido de lujo, desayunado con vistas imponentes y era un día con poco viento y sol.
Pedalee por el último fiordo, un estallido de color de un fiordo similar a los de ayer, hasta llegar a un túnel de 6 kilómetros que nos ahorra 20 kilómetros de rodeo.
Al salir, descendí hasta Reydarfiordur, el pueblo más industrial y portuario de la zona, cerca de una enorme mina de aluminio.
Hice la compra en un súper (y para mí sorpresa tenían sándwiches y ensaladas del día anterior a 0,70€ cada una, así que mi comida fue saludable en muchos aspectos) y la disfruté en un lago con patos en las afueras.
Tocaba mentalizarse para lo que venía : un ascenso hasta 677 metros por una pista de 7 kilómetros, que seguramente iba a ser lo que fue: una paliza en un entorno increíble, rodeado de neveros, remontando un torrente de infinitas cascadas, soledad total (salvo alguna oveja con corderitos) y… enormes cables de alta tensión, que desmerecían un poco lo que parecía una aventura remota en un sitio desolado.
Me pasé empujando la bici dos tercios del camino, en algunos tramos, de lo empinado, tuve que quitar las alforjas para avanzar con la bici más liviana y luego bajar a por ellas.
Sudé de lo lindo. Por primera vez en todo el viaje me puse en camiseta de manga corta, pero disfruté de cada paso hasta llegar al puerto. Intuía dónde me metía y asumí lo que vendría.
Dicen que sarna con gusto no pica. Y me sentí feliz al llegar al paso, algo de 3 horas después de partir. Reto superado.
Solo quedaba bajar, por una pista en mejor estado hasta la meta del día : la casa compartida de los viajeros Alba y Pau (@viajeroslowcosteros) quiénes me ofrecieron una deliciosa cena de bacalao (pescado por ellos) y una ducha de esas que saben a gloria.
Otro día increíble, casi épico (exagero, lo sé) pero estaba pletórico y feliz de haber tenido 2 días buenos seguidos.
Y eso, como era previsible, no iba a durar mucho más… que esto es Islandia, oigan.
7 de julio
No me equivoqué : no me tocó un tercer día bueno.
Al revés, el viento huracanado no sólo hizo que no fuera prudente seguir el viaje, sino que dobló uno de los palos de la tienda (ligeramente) y levantó, durante todo el día, una enorme tormenta de polvo que aquello parecía más el Sáhara que Islandia.
Lo bueno es que no me pilló desprevenido, y pude acampar bien cerca de una casa, y que pude pasar todo el día resguardado dentro del edificio, viendo tranquilo como el aire zarandeaba sin piedad los árboles de la zona (y mi tienda, que reforcé con piedras, para que las piquetas no salieran volando).
Fue un día de descanso paciente, nuevamente. De lavadoras (iluso de mí, fui a colgarla colada fuera – pensé que se secaría en seguida – y el aire me voló la primera camiseta que puse, así que desistí). De estar tirado en el sofá leyendo El ocho. De holgazanear y leer información sobre la Ruta de la seda por Pakistán (una parte de mi cabeza está allí, aunque sea un error).
Y de charlar un montón con Alba y Pau. Ellos son @viajeroslowcosteros, una pareja catalana que se fueron a hacer su gran viaje por Sudamérica a finales de 2021 y que han interrumpido temporalmente para trabajar en verano en Islandia, hacer caja y seguir en septiembre hacia Egipto y quién sabe dónde más.
Y en eso se fue el día. Lo rematamos cenando un rico bacalao al horno que Pau había pescado en una excursión para ver ballenas. Y poco más.
Los días pasan muy rápido cuando uno se dedica a picotear tareas y hacer las cosas sin prisa.
El viento seguía bufando cuando me acosté, al anochecer, a las 23:30. Tanto, que me puse los tapones.
Tocaba cruzar los dedos y confiar en que la previsión acertara con eso de que el viento bajaría. A cambio tendría lluvia, pero a estas alturas, ya me da casi igual. Más viento no, por favor.
8 de julio
No. Esto no es Islandia. Ni este señor tan guapo que está junto a mí es islandés.
Es mi padre y hoy le entregan la Cruz de Sant Jordi, el reconocimiento más alto que el Gobierno de Cataluña da a personas o entidades por su compromiso con la cultura o identidad catalana.
Es un honor y me emociona que se la hayan concedido, aunque desgraciadamente sea a título póstumo.
Cuando nos avanzaron la noticia, estaba ya muy enfermo, y cuando se lo dijimos se creyó que le estábamos tomando el pelo. Se rió y nos dijo algo así como «iros a paseo».
Fue de las últimas cosas que le pudimos decir antes de que el cáncer se lo llevara por medio.
En este viaje me estoy acordando mucho de él. Le gustaba mucho viajar virtualmente conmigo, leyendo mis crónicas, investigando sobre los lugares a los que iba, y me enviaba información (poco práctica) de los lugares por los que pasaba. Era su manera de preocuparse por mí.
Y, viendo las penurias y condiciones en las que me gusta viajar y no entendiéndolas muy bien, siempre me decía que una noche me quedara en un buen hotel, que me diera una buena ducha (caliente) y que saliera a cenar a un buen restaurante. Que no hacía falta sufrir tanto.
Eso haré hoy a su salud, acordándome de él, y con orgullo de hijo por esa merecidísima Creu de Sant Jordi en reconocimiento de su entrega y pasión ilimitada por Cataluña.
9 de julio
¡Qué día más loco!
Fui en coche, en bus, intenté hacer dedo, pedaleé sin mis alforjas y acabé durmiendo en una iglesia…
Y es que me adapté a todo lo que vino.
Amaneció con viento en contra y algo de lluvia, pues aproveché la amabilidad de Alba @viajeroslowcosteros de acercarme 30 kilómetros hasta Egilsstadir.
Allí tenía claro que iba a coger un bus, 170 kilómetros, para saltarme un tramo aburrido de Islandia.
Qué gozada ver el paisaje y disfrutar de recorrerlo sin hacer esfuerzo. Claro que no te «empapas» igual del país, el cuerpo me lo pedía, observarlo desde la ventanilla.
Observar cómo, poco a poco, el terreno se iba secando, e iba entrando en terreno volcánico «reciente», seco, colorido, arenoso. Dejaba atrás el verde y azul de los fiordos.
Me bajé a 30 kilómetros del famoso lago Myvatn. En mitad de la nada. O bueno, en el punto donde salía una carretera hacia la cascada Dettifoss, que mi amigo @danielviera me había dicho que tenía que visitar.
Estaba a 30 kilómetros, con viento en contra, y como iba a volver al mismo punto de la N1 tras la visita (eran 60 kilómetros, unas cuatro horas) escondí la bicicleta y me puse a hacer autoestop.
Pero no funcionó.
Apenas pasaban coches (era tarde, las 5pm) y los turismos que allí me vieron, me ignoraron. Tras media hora decidí abortar la idea.
Eso sí, dejé las alforjas escondidas : iba a pedalear sin peso, rápido como una flecha… (en mis sueños)
Pero bueno, que dos horas y media después llegué a Dettifoss, menuda pasada de cascadas. Además, por primera vez vi un arcoiris circular, completo, flotando en la bruma que levantaba.
A punto de regresar me di cuenta de que no tenía agua: «mendigué» un litro a unos con una camper, y regresé en una hora, volando por encima de campos de lava… es lo que tiene el viento de cola.
Anochecía. Tocaba buscar un sitio para acampar y me acordé de una iglesia que había visto encima de una colada de lava: seguramente al lado, habría sitio resguardado.
Lo que no esperaba al abrir es que la Petur Kirkja estaba habilitada como refugio, con seis literas, una mesa y sillas para comer. ¡Mejor que en un hotel, y para mí solo! ¡Y gratis!
El cierre inesperadamente perfecto para un día completito.
10 de julio
¿Islandia está en Europa o Norteamérica?
Supongo que ya sabes que, política y geográficamente en Europa, pero el país está partido en dos, por la gran falla mesoatlántica que separa la placa tectónica euroasiática y la norteamericana.
No sólo eso, la falla cada año distancia ambas placas 2 centímetros, causando en su empuje actividad volcánica en forma de terremotos, erupciones, fumarolas, solfataras, aguas termales…
Y hoy sucedió que ¡pasé de Europa a América! (si se me permite esta licencia geográfica).
Después de amanecer en la iglesia refugio, pedaleé con ilusión por un paisaje volcánico, lleno de grietas, de picachos de lava solidificada, de conos volcánicos en el horizonte.
Pero llegar al corazón de esa falla, allí donde todo es reciente, fue impactante.
La zona de Krafla destaca por su colorido, por sus humaredas de gases y vapores inocuos (pero apestosos), por sus pozas de barro en ebullición.
Pasé una hora visitando Hverir hasta que me tuve que ir al lago volcánico Myvatn donde tenía una cita. Me encontraba a comer nuevamente con Dani Viera y su grupo de viajeras, al cual me uní por la tarde tras dejar mi bici en el camping.
Por cierto, Dani nos dio a probar una «delicia» islandesa (comprada en supermercado, no de contrabando) : trucha ahumada con estiércol. De verdad, qué asco, a pesar de que me encantan los ahumados, eso era como comer pescado pasado por un cenicero lleno de colillas. Gracias Dani.
La tarde la pasamos subiendo (y bajando a tumba abierta) del volcán Hverfjall, caminando por la curiosa formación volcánica de Dimmuborgir, y otros volcanes del norte del lago llamados Skutustadagigar o algo así (que copiar los nombres es tarea poco menos que imposible).
Y para qué engañarnos: flipé la cantidad de cosas que da tiempo a hacer cuando viajas en vehículo motorizado.
La tarde acabó siendo depositado en el camping, donde clavé la tienda bien protegida del duro viento sur que empezaba a soplar, al lado de una familia islandesa que se paseaba en manga corta, mientras yo iba en plumas. Está claro que los términos frío y caliente son súper relativos.
Pero volviendo a la comida, ¿qué cosas asquerosas habéis comido?
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