Ya está bien de tanto misterio. Aquí os contamos qué es lo que hicieron Itziar y Pablo ante la gran reto que se les planteó en Georgia. (Si aún no has leído «Y tú que harías #2», hazlo antes de seguir con esta entrada.)
Nuestros jóvenes y alegres mochileros vieron congelada su alegría en la caminata por las montañas de Georgia. Como el puente no se veía por ninguna parte, deshicieron parte del camino por el que habían bajado hasta el río, ascendiendo la colina para tener mejor perspectiva. Nada, no se veía el puente por ninguna parte.
De repente, vieron dos personas a lo lejos, al otro lado del río, que se encaminaban hacia él. Desde la colina, como si fueran apaches, nuestros mochileros los vigilaban entre las ramas. Las dos personas tampoco parecían tener muy claro el trayecto que debían seguir, porque deshicieron y retomaron el camino varias veces. Cuando estaba claro que se dirigían al punto donde los jóvenes mochileros pretendían cruzar el río, Itziar y Pablo bajaron corriendo para preguntar a los recién llegados dónde estaba el puente.
El agua bajaba con fuerza, con tanta que era imposible oírse de un lado al otro del río, a pesar de desgañitarse. Por las señas que hacían los del otro lado, nuestros protagonistas comprendieron que no tenía sentido seguir buscando el puente: no había ninguno.
¿Cómo era posible? ¿De verdad nadie les había avisado? ¿La guía estaba mal? ¿Los otros mochileros también estaban perdidos? Daba igual, había que resolver la situación y había que hacerlo ya.
Descartaron enseguida la opción de volver al pueblo anterior: el camino tenía un gran desnivel y ya habían andado muchas horas ese día.
Acampar sin tienda ni saco y con poca comida supondría retrasar la situación hasta el día siguiente; lo pensaron un momento y rechazaron la idea: preferían cenar caliente y dormir en una cama, en vez de hacerlo en el suelo, junto a un glaciar a una temperatura y condiciones imprevisibles.
Cruzar el río de agua glacial, que además bajaba con mucha fuerza, tampoco parecía muy buena idea, pero esta fue su opción.
Entre su orilla y la de enfrente, separadas por unos veinte metros, había una pequeña isla formada por piedras. Nuestros protagonistas no sabían cuál era la altura del agua en ninguno de los dos tramos, por lo que estimaron que lo más conveniente sería cruzar sin mochilas para tantear y ver si era una locura intentarlo con los macutos.
Pablo, el intrépido (y apuesto, por qué no decirlo) mochilero, se deshizo de su calzado y sus pantalones. Tomó los dos palos que habían utilizado durante su caminata y, poco a poco, se introdujo en el río. En la parte más profunda, el agua alcanzaba la altura de su ropa interior. Esta bajaba con tanta fuerza que Pablo se veía obligado a hacer un gran esfuerzo para no dejarse arrastrar. Alcanzó la isla, e Itziar volvió a respirar.
Con la misma técnica, Pablo cruzó el segundo tramo, donde la corriente se sentía con más fuerza, y alcanzó la otra orilla. Se podía hacer, eso sí, no iba a ser fácil. Para empezar porque tocaba volver: Itziar no podía acarrear las dos mochilas y la ropa de ambos. Y lo hizo: Pablo cruzó el río por segunda vez.
Medio desnudos (de cintura para abajo) y con las mochilas a la espalda, se dispusieron a cruzar (por tercera vez para Pablo). Él delante, apoyado en los palos, e Itziar firmemente agarrada a él, en formato trenecito, caminando de lado para estar de frente a la corriente. El primer tramo fue complicado, pero vencieron a la corriente. En la isla, Itziar se tuvo que sentar para frotarse enérgicamente las piernas: en el breve tiempo que estuvieron en el agua, se le habían puesto coloradas y medio insensibles.
El segundo tramo fue más difícil porque la fuerza del agua era mayor; Itziar se agarraba a Pablo, al tiempo que lo empujaba para contrarrestar (es un decir) la fuerza de la corriente y ayudar a que este mantuviera el equilibro. Y con esta labor de equipo, superaron el reto. Los saltos de alegría, por haber haberlo logrado tuvieron que esperar varios minutos, hasta que las entumecidas piernas recuperaron la circulación. Sí, tal vez no había sido la opción más prudente, pero lo habían logrado.
Y así fue como nuestros mochileros continuaron alegres su camino, rumbo al siguiente pueblo (donde, por cierto, se premiaron con una cerveza, una cena caliente y una buena cama).
PD: en el pueblo les explicaron que ese cruce normalmente se hace a caballo, por las mañanas. Por las tardes, debido al aumento de la temperatura a lo largo del día, el caudal y la fuerza del agua son mayores y por eso no suele haber turistas ni caballos.
¡Sois unos valientes!
Me ha encantado el juego.
Un saludo.
Gracias, Marta.
Aunque estando allí no parecía tan divertido, el subidón de después sí que fue para celebrarlo 😉
Buenas:
Soy una gran y fiel seguidora de tu blog, por lo que lo primero que me gustaría darte es la ENHORABUENA, así, en mayúsculas. En segundo lugar, hay un tema que me resulta de bastante interés y es el cómo se financia un viaje taaaaan largo de meses, qué trucos hay, etc. Hay algún artículo escrito en tu blog sobre eso? es que no lo he encontrado y si lo hubiera te rogaría que me pasaras el link.
Muchas gracias por adelantado.
Gracias por tus palabras, Miriam. Así da gusto escribir 🙂
En el libro «Cómo preparar un gran viaje» dedicamos unas cuantas páginas a hablar de cómo ahorrar cuando se está de viaje y de las opciones para ganar algo también durante el viaje.
Es posible que en algún momento escribamos en el blog cómo lo hacíamos nosotros.
¡Gracias por seguirnos!
Hola chicos,
Que interesante vuestra trayectoria por Georgia. Yo también estuve hace varios meses y tengo que reconocer que superó mis expectativas, una maravilla! Pero yo no tuve grandes aventuras como vosotros, me basé más en la comodidad de una compañía que me acompañó en todo momento.
Os recomiendo, un gran país aún por descubrir, se puede decir que es el país que más me ha sorprendido (para bien) en todos mis viajes.
Saludos,
Sandra M.
Muy buena aventura, y muy bien contada.